LAS COMETAS Y EL FLUIDO ELÉCTRICO EN LA OROTAVA A FINALES DEL SIGLO XIX

En Electricidad, Historia, Siglo XIX by Administrador Archivo Municipal La Orotava2 Comentarios

El 22 de abril de 1896 en La Orotava se firma un bando por el alcalde accidental D. Fernando Méndez y León que prohíbe se vuelen cometas por donde pasan los alambres del fluido eléctrico.

Hago saber: Que el Ilustre Ayuntamiento en sesión de primero de Mayo próximo pasado, acordó prohibir se vuelen cometas en ninguno de los sitios de esta jurisdicción por donde pasen los alambres que conducen el fluido eléctrico para el alumbrado de esta población.

Lo que se anuncia al público para conocimiento de este vecindario; debiendo advertir que los contraventores a dicha disposición serán castigados con la multa de una á veinticinco pesetas”.

 
 

Esta prohibición tiene su origen en la llegada de la luz eléctrica a La Orotava y en un escrito de la SEO (Sociedad Eléctrica Orotava) del 25 de abril de 1895 firmado por su presidente accidental D. Juan Cullen que pone en conocimiento de la Corporación el problema que ha ocasionado “descolgar trece cometas enganchadas en las líneas de suministro de corriente eléctrica para el alumbrado público y particular» añadiendo que «seguro que estos cuerpos extraños, en casos de lluvia formarían circuitos cortos que ocasionasen la fución de plomos y llevar a oscuras el total ó parte de la población” y solicitando se dicten las órdenes oportunas a fin de cortar tamaño perjudicial abuso”.

Ante este problema, el alcalde D. Antonio María Casañas y González dicta una providencia que se comunica a la Sociedad Eléctrica Orotava (SEO) para que por los medios de que puedan valerse los inspectores de policía y los guardias municipales que están a sus órdenes, procuren que el juego de las cometas se haga fuera de los sitios donde pueda causar perjuicios a las líneas del alumbrado eléctrico. Este asunto, se lleva a la sesión del pleno del 1 de mayo de 1895 y se acuerda la publicación de un bando que prohíba volar cometas en ninguno de los sitios de la jurisdicción por donde fueren los alambres que conducen el fluido eléctrico para el alumbrado de esta población.

En definitiva, uno de los cambios que conllevó la llegada de la luz eléctrica a La Orotava a finales del siglo XIX.

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Comentarios

  1. ¡Tiempos ha!, que llegan a mi memoria, el vuelo de las cometas. Creo que tenía cinco años cuando mi padre me hizo la primera. Me tenía que ayudar a sujetarla para que no me llevara con ella. Me parecía impresionante, tan grande para un niño, y sentía miedo de volarla solo. Tenía forma de estrella, y el papel de periódico lo tenía doble, pegado con papa guisada, aunque también hacíamos engrudo, harina y agua al fuego, y era muy efectivo. Volar una cometa era lanzar un sueño al aire, al espacio infinito, en aquellos veranos frescos, donde las tardes, con la brisa continua, nos permitía este bello acto de lanzar al infinito aquellos mensajes que escribíamos y enviábamos a través del hilo. También prendíamos una pequeña linterna en la cara frontal de la cometa para verla durante la noche. Nos reuníamos más de veinte chicos y chicas. Se enredaban, por supuesto, unas con otras, en los cables de la luz, que desde el ayuntamiento los municipales desenganchaban e investigaban a ver quién era su dueño. No recuerdo que pusieran multas, pero sí la queja formal a nuestros padres y el consabido castigo después, hasta de una semana sin volar nuestra cometa, que nos identificaba en todo, en el carácter, en el tesón, en la fantasía, los gustos. Para volar las cometas no había edad, desde los más pequeños a los mayores, incluso abuelos, era un vínculo que nos llevaba a todos a la infancia, a los sueños de esa hermosa etapa de la vida donde todo es fantástico y maravilloso, la inocencia es así, y ese era su premio. ¿Cuánto tiempo se pasaba volando la cometa…? Era imprevisible; tenía que venir alguien de casa a buscarnos, a recordarnos que era de noche, y aunque fuera verano, había que recogerse. Muchas veces, dejábamos durante la noche la cometa volando. Así la contemplábamos desde casa, subiendo a la azotea o desde el patio, según el vuelo y la acción del viento, y sentíamos una desagradable tristeza, volando sola, pensaba, y temíamos por ella, que no soportara la humedad de la noche en el papel de periódico, y cayera. El miedo era perderla, como si algo nuestro nos lo arrancaran en aquel momento. Cuando por la mañana no la veíamos en el aire, entonces la buscábamos por todo el cableado eléctrico del pueblo, soltábamos algunas lágrimas y nos despedíamos de ella, tenían nombre. La mía se llamaba «cielo». Ángel B. ________________________________

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